"Pasión , Amor y Respeto por el Cine"

PROGRAMA SOCIAL

Nuestra beca lleva el nombre de la fundadora del "Laboratorio de Teatro Campesino e Indígena de México", la dramaturga María Alicia Martínez Medrano, quien fue maestra de nuestro fundador y rector Izrael Moreno, cuyas enseñanzas le permitieron crear conciencia del compromiso y la responsabilidad social que tiene un docente que enseña Arte para ofrecer a su comunidad.

Este año se suma Mole Xiqueño empresa 100% mexicana, que al igual que la Facultad de Cine, comparte la visión de salvar a la sociedad a través del arte.


CONOCE LA VISIÓN Y LA AUTOBIOGRAFÍA DE

MARÍA ALICIA MARTÍNEZ MEDRANO

Desde las primeras ceremonias indígenas que vi a los siete años, tuve obsesiones por disfrutar esos espectáculos de los indígenas: un hombre que se viste de venado, la cabeza del animal sobre la cabeza del hombre, que desde niño observó los movimientos atentos, cautelosos, recelosos, previsorios de los venados. Animación de ataques sorpresivos de los que eligen al venado como víctima. Animales feroces que incluyen al más poderoso, el hombre.

El hombre aprende del venado a moverse, caminar, trotar, correr, cruzar campos sembrados, beber bañarse en el río. Meneo de acuerdo con lo que le rodea o se acerca. El hombre venado que se sabe libre, y llama a los seres de la tierra, a la libertad. Un venado que previene los ataques a la libertad. Un venado encarnado en un hombre. Corre ligero y por momento brinca y sobrevuela los arrozales, el maíz. Un venado déico, que se deja sacrificar porque es el pan, el alimento del hombre. Este aprende para matar al venado o imitarlo.

El venado danza desde el amanecer con los rayos anaranjados, rojos y amarillos del sol. Se pone nervioso… aparece el hombre, los pazcolas suenan tenábaris, las sonajas, las jícaras y guajes con sus huecos contra el agua. Suenan. Empieza la danza. La corretiza. Los mayos, yaquis, seris fueron los que bailaron días y noches entre el río y el desierto, rodeados de mujeres que cocinaban frijoles maneados, chilorio, café y tortillas de harina gigantes.

Las mujeres tras los comales veían lo que cocinaban no a los venados-hombres. Murmuraban. Creo que cantaban por lo bajo. Todas de pelo largo y negro con una cinta colores en la frente, y sus camisas rojas seco, o azules rey. Los venados aparecían y desaparecían entre sembrados, matorrales, ríos. (+) Así, a los siete años, descubrí el arte y la estética indígena, sin saber todavía lo que esto y aquello significaban.

Con los años viajé a los kikapús, tarahumaras, tiburones, coras, huicholes, tepehuanos, y así hasta veintisiete culturas. Luego comparé aquello de los pueblos con los “ballets folklóricos”, los indígenas bailando, todos desarrapados, a la Virgen de Guadalupe para festejarla; y en las calles del centro de la Ciudad de México para mendigar limosnas. Bailando, como danzando, con dos tres plumas desplumadas, tenis o chanclas; trapajos de terciopelo raído sobre sus calzones. Gobierno y xenófobos viéndolos vencidos (?) y hambrientos. Mi asistencia a ceremonias y rituales indígenas, no cesó durante toda mi vida.

Ahí quedó la semilla de los Laboratorios de Teatro Campesino e indígena. Tuve que entender que los indígenas viven con otros códigos diferentes a los de Occidente. Tuve que aprender. Tuve que dejarme enseñar. Reeducarme. Observar días, meses, años. Dejar las prisas y tener paciencia. Ante los indígenas y campesinos cambiar mi ritmo para platicar, para explicar, para dirimir cualquier problema.

Los otros elementos sustantivos llegaron o me los allegué: estudié a los grandes creadores posrevolucionarios que se inspiraron en los indígenas para su creación artística, Mancisidor, Revueltas, Mabarack, Galindo, Moncayo, Chávez, Ponce; Martín Luis Guzmán, Carlos Pellicer, Rosario Castellanos, Fernando Benítez, Carlos Fuentes, Elena Garro, Sergio Galindo, Magaña, Siqueiros, Rivera, Orozco, Elena Poniatowska, Montero, Carballido y muchos más. Virgilio Mariel. Seki Sano. Actors Studio. Stanilavski. Cine Cittá. Formar a la primera generación de maestros de teatro campesino e indígena. Hacer teatro trashumante. Llevar teatro a todo el país. Iniciar los trabajos de un programa educativo. Asumir con tranquilidad las consecuencias políticas de hacer teatro con indígenas y subir al primer indígena a un escenario dedicado a los no indios. Respetar la parte sustancial del árbol genealógico del teatro mexicano: Hernández, Magaña, (responsable de los programas de cultura y arte), Garro, Carballido y otros. Soportar a la jerarquía burocrática racista y discriminadora hasta ahora, con el arte vivo campesino e indígena, con excepciones excepcionales. Todos estos elementos sustanciales en mi profesión.

Nací un año después de que asesinaron a Federico García Lorca. Mi fantasma infantil se llamó Federico. Ni idea de quién era Lorca. Nací por accidente en México, en 1937 en un viaje de mi mamá, Torreón-México-Jalapa. Nací chilanga. Sonorense de corazón, recuerdos, asideros. Fui una niña feliz, hija de María Emilia, mujer muy bella, esposa de Rubén, banquero, que veíamos como la Wells Fargo allá por los cuarentas y cincuentas. Sobrina bisnieta de Manuel M. Flores y nieta de Rufinita, pianista; hija de porfiristas que la Revolución transformó porque le mataron a Luis y Fernando sus hijos. Desde los cinco años me llevó a la ópera y quién sabe qué inventó para que me dejaran entrar tan chiquita a Bellas Artes. Conocí los mercados por ella, el Sonora, La merced, la Lagunilla; San Ángel, el Mercado de las Flores en Xochimilco. Fuimos Guadalupanos porque mi papá y Rufinita nos hicieron caminar kilómetros para agradecer el milagro de la vida.

De Ciudad Obregón viajamos año con año, durante las vacaciones de la escuela. Julio y agosto con Rufina que nos llevaba a ver cine mexicano, tres películas por función en el cine Edén y el Royal. Nos educó con Cri-Cri, Ricardo Lacroix, algunas radionovelas rosas y la narración de la Revolución Mexicana platicada con baches y confusiones y del año a favor siempre de los jodidos, campesinos, indígenas y obreros. Algunos años después me di cuenta que Morelos no era compadre de Zapata como ella decía. Nos educó con las canciones y actuación de Negrete, Infante, Sara García, Blanca Estela Pavón, Dolores del Río, Gloria Marín, y otros. Chaplin era su favorito y lejos de Chaplin le gustaban Cantinflas y el carpero, Pardavé, Borolas, Vitola, Panseco, Mantequilla, Delia Magaña… Mi abuela nos llevó por primera vez a las carpas incluyendo el Blanquita. Mi abuela tenía amistad con todos los puesteros, verduleros, fruteros, cargadores, choferes de tranvías, de camiones; compradores de ropa vieja, panaderos; tortilleros; limosneros. Y nos lo presentaba así, como sus amigos. Reunía a todos los niños de la vecindad para contarnos cuentos de Lagerloff, Verne, Salgari…

Rubén, Raúl y yo estudiamos en el Colegio Sonora, desde el jardín de niños a la primaria. Escuela de las hermanas de Castelo. Aurora la gorda, como de 180 kilos, amaba a Rubén por inteligente, chiqueaba a Raúl por gracioso y a mí me regañaba y castigaba por distraída, con “escribe 1000 o 5000 veces cuántas clases de peces hay en el Golfo de México…” qué tenía que mandarme a estudiar lo del Golfo si yo vivía a hora y media de Guaymas, donde vacacionábamos cada mes y pescábamos. Lo mejor de todo es que vi que mamá montara coreografías en cines con los hijos de los millonarios obregonenses. Una vez tiró las paredes del cine Obregón para meter carretas y caballos cuando teatralizó “La Versoviana”. Carnavales, Navidades, Años Nuevos; días del niño, madres, padres, maestros, ella decidía cuáles espectáculos se montarían y en dónde.

Nadábamos. Hacíamos la pinta. Íbamos al campo a la hacienda de mi papá, trepábamos árboles, partíamos sandías en las piedras y nos comíamos su corazón. Montábamos a caballo. Jugábamos béisbol. Buceábamos en el río y en el mar. Comíamos tacuarines y coyotas con café negro, entre nanas y trabajadores yaquis de la hacienda de mi papá. Todo lo hicimos así, en gran pandilla. Niños felices, y de todas formas yo buscaba la soledad desde pequeñita para “inventar” la música. Construí con Damián, el jardinero de la casa de mis papás, un tapanco en un roble americano al que llamaba mi Abedul; ahí en el jardín de la casona de mis papás. Construí una casita entre las ramas, como para tocar las estrellas en las noches, pensaba. Mi papá me obligó a memorizar a Manuel M. Flores, Rubén Darío y otros. Desde los cinco años recitaba en las fiestas, a cambio de que me dejaran bailar. En la casita del Abedul pegaba tremendos gritos ensayando las poesías. A los once años quería ser Tongolele o Ninón Sevilla. Papá nos regaló “El tesoro de la juventud”. Luego quise ser Verne o Americo Vespucio. Mamá quería ser artista de cine, los vínculos familiares lo impidieron. Me sentí muy orgullosa porque Pedro Armendáriz le mandó flores una vez.

En la casa de mis papás los problemas se arreglaban en el comedor, a la hora de los alimentos. Se recibían quejas, regaños en la mesa familiar. Los chismes estaban prohibidos. Comíamos frutas, verduras en cantidades industriales, machaca, chilorio, quesos, frijoles maneados, chiles, aguacates, arroces; carne. Mi papá, el Gatopardo, a la cabecera. Una silla fija, una voz de mando. Banquero. Honesto. Muy trabajador. Nos levantaba a las seis de la mañana, y vigilaba que todos estudiáramos entre siete y nueve de la noche. Organizó bancos después de la Revolución. Andaba por todos lados, de consejero, comisario, comisario supervisor. Recuerdo muy bien a los hijos y nietos de los Obregón, Serrano, Calles, Rodríguez, Topete, Bórquez, Gándara, Vargas, Bours, Parada, con quienes convivimos. Entre ellos están nuestros padrinos. Estudié con las Serrano que odiaban a los Obregón y nos contaron la aterradora historia del crimen del General Serrano, planeado y mandado ejecutar por su compadre, el General Obregón.

Papá nos enseñó algo precioso, a regar con unas tintas el desierto. Decía, lágrimas para la sed de la tierra. Cientos de indígenas goteaban el agua a lo largo de una línea interminable del desierto. Cuando mis papás vacacionaban en México, por nuestros meses sin clases, julio y agosto, se quitaban sus trajes de banqueros y se ponían el de parranderos. Tenían muchos amigos en la trova, de quienes hablaban con gran respeto. En la privada donde vivió mi abuela, hacían sus tertulias con Alejandro Algara, Toña la Negra, Mercedes y Álvaro Ancona, Pastor Cervera; y alguna vez invitaron a Agustín Lara. A nosotros nos mandaban a dormir, pero yo espiaba por una ventana que daba al patio vecindario. Noches y noches… Nos aprendimos todos los boleros. Mamá se levantaba cantando y nos traía detrás de ella como su público, y anochecía entre cantos de los cantores. Los martes decidió ir sola al cine, y me tendía su dedo meñique para que la acompañara. Íbamos al cine Parisiana, ahí cerca del reloj de Bucareli. Empecé a ver las maravillas del Star Sistem, Greta Garbo, Loretta Young, Jean Simons, Ingrid Bergman, Bárbara Stanwich, Bette Davis, Merle Oberon, Ava Gardner; Sir Lawrence Oliver (ingñes), Clarck Gable; Charlie Chaplin, Fairbanks Douglas, Gloria Swanson; Orson Wells, Joseph Cotten, Gregory Peck, Burt Lancaster, James Gagney, Humphprey Bogart, Spencer Tracy, Catherine Hepburn y muchos otros.

También en México hicimos una gran pandilla capitaneada por mi Abuela, que después de sus cuentos nos daba de cenar tamales, o gorditas, tostadas, o churro con chocolate. Ahí en el patio de la vecindad nos sentábamos a su alrededor y gusrdábamos silencio para oficiar el encuentro con los personajes de los que nos hablaba.

Ya con mucha confianza, alguna vez pregunté a mi mamá “¿por qué no bajaba la Virgen DE Guadalupe a dar las gracias a los danzantes?”. No terminé la reclamación, su mirada helada y dejarme con la palabra que seguía en la boca, impidieron… tampoco le dije que no le sonreía a los miles de pobres que llegaban hasta ella.

Lo del aislamiento en el Abedul y estas preguntas que empecé a hacer con frecuencia provocaron castigos, y peroratas.

Mis hermanos, Graciela, Rubén, Raúl y Guadalupe; soy la de en medio, hemos vivido cosas fantásticas entre, sorpresas, solidaridades fraternales; los viajes, el respeto; y la agonía de nuestros padres. Una agonía de trece años. Todos distintos por diferentes rumbos y caminos. Todos iguales al vernos. Vivimos en diferentes estados del país desde hace muchos años.

Cuando transfirieron a mi papá del Banco del Pacífico en ciudad Obregón al banco internacional, tuvimos que mudarnos a la Ciudad de México. Aquí terminé el último año de primaria. Luego secundaria y comercio en el Colegio Francés Mayorazgo; inglés en la Universidad Ursulina en nueva Orleáns y psicología en la UNAM, como oyente. Mis verdaderos estudios primarios fueron con el doctor Salazar Mayén; con las Morales y los sonorenses; luego los nicaragüenses y salvadoreños, en largas e interminables discusiones sobre religión, socialismo, comunismo, historia de México: escritores mexicanos, latinoamericanos y la política mexicana y latinoamericana. Con Virgilio Mariel y Seki Sano; con los teatreros latinoamericanos exiliados, entre ellos Arena contra Bolívar, Atahualpa Del Cioppo, Buenaventura; teatreros de Córdoba, Argentina.

Mudarnos al Distrito Federal significó para mí la pérdida de la libertad. En ciudad Obregón y el campo, sembradíos, podíamos caminar sin riesgo, porque vecinos, amigos, cuidaban a los niños. En la Ciudad de México ya existían los roba chicos que tenían histéricos a los papás. Años antes, cuando yo tenía seis, desapareció el niño Boigas. Fue una tragedia nacional. A partir del suceso a los ojos de las familias, los vendedores de la calle, compradores de ropa usada, lecheros, panaderos, fontaneros, cerrajeros; aboneros, podían ser roba chicos. De ahí los secuestros para pedir rescates, los robos de niños para venderlos, no han cesado hasta nuestros días. Ya no sorprende ni la gente se solidariza como entonces, la radio, prensa, sacerdotes, maestros, policías de tránsito, trabajadores de la calle, puesteros estaban atentos para pescar pistas de los criminales roba chicos. Nuestros papás y la abuela nos enseñaron y entrenaron para defendernos de un posible secuestro. Inventaron y organizaron reuniones y fiestas en la casa para que nos divirtiéramos sin salir de la calle. Pronto empecé a aburrirme de esas reuniones bailes.

Fui rebelde en asuntos de la religión católica. Entre los doce y trece años era creyente y buena estudiosa de la religión. Con mis amigas las tres hermanas Morales estudiamos la Biblia y los Evangelios. Estábamos enteradas de los cambios que hacían en los Concilios Ecuménicos y reuniones del Papado. Quería ser monja. Luego empezamos a pensar en Cristo como un luchador contra la esclavitud. Cristo humillado, golpeado, apresado, crucificado, no tenía nada que ver con la abundancia, riqueza de los papas, cardenales, abades, arzobispos, obispos, burocracia, vigilancia, guardias, banqueros, oficiantes; propagandistas y logística de Castelgandolfo y sus filiales en el mundo. Las historias de los papas y su séquito nos dejaban estupefactas y exhaustas cuando cumplíamos 16, 17 años. Las Morales y yo íbamos de tumbo en tumbo en eso de la religión. Hasta que cada una eligió su destino. María de Jesús, Eloísa, María Elena y yo nos debatimos entre comuniones de diario: los psicoanálisis que hacíamos de las monjas del Francés Mayorazgo. Por otra parte, debatíamos acaloradamente sobre el comportamiento de los sacerdotes. Discutíamos con cualquiera. Por supuesto que me iban a expulsar. Un grupo y lágrimas de mi mamá lo impidieron. Recuerdo cómo se ponían las monjas cuando hablaba de las Leyes de Reforma y Benito Juárez. Los pelos de la cabeza de punta, y yo fuera de las clases de historia, religión y civismo casi por consigna. Como por consigna eran mis intervenciones juaristas cuando mis compañeras no sabían las lecciones, y me pedían hacer una de esas preguntas que hacían sentir escalofríos a los maestros. Lo bueno fue que había poderosos apellidos de compañeras que estaban conmigo, es decir a favor de mi causa que era la rebeldía total y en contra de las monjas.

Por otra parte, estaba don José, don Jesús y don Joaquín, sacerdotes del colegio con quienes podíamos platicar cualquier tema por escabroso que fuera en ese ámbito del colegio; y mis problemas fundamentales eran por qué el Cristo humillado, ahí en todos los salones, biblias, rezos, cantos, ofrendas no se parecía en nada a los papas; y por qué los sacerdotes estaban del lado de los ricos. Ni estos hombres bien intencionados y guías espirituales en nuestros retiros; cultos, sensibles, democráticos pudieron convencerme, de que yo estaba equivocada en mis opiniones sobre la Iglesia. La fé no es la Iglesia.

La discriminación. Entonces empecé a pensar en Cristo como Zapata, Morelos, Ghandi, a los que luego sumé, a Luther King, Ché Guevara, Lumumba, Malcolm X.

En Nueva Orleans no me fue mejor con las monjas. La discriminación era implacable, les decían a las trabajadoras negras del internado: “No hables con las niñas. No te rías con las niñas. No aceptes propinas. Sirve bien a las niñas.” Y las niñas, la mayoría ricachonas babosas, incultas, comodinas, medio idiotizadas por los gringos ni hacían bien ni mal a las negras del servicio. Sólo que ni “buenos días” les decían. O “muchas gracias” cuando recibían un servicio de esas trabajadoras. Asía que las latinoamericanas eran medio xenófobas; medio, porque como multimillonarias, trataban igual a negros, amarillos, azules o blancos.

El dinero puede ser una batería pesada para ejercer con violencia consciente o inconsciente la discriminación.

También medio xenófobas porque su actitud ante las trabajadoras negras del internado no llegaba, no alcanzaba los extremos brutales de las gringas y europeas xenófobas. En algunas ocasiones las latinas nos agarramos a golpes contra las discriminadoras por excesos de estas últimas. Podemos decir que ganamos varios rounds, por eso nos respetaron.

En una ocasión a Fanny la colombiana, hija de ministro millonario, que admitieron por eso. Morena, guapa, quinceañera, se sentó en el autobús, entre los blancos. El chofer detuvo el camión y fue a quitarla del asiento. Nueve compañeras, amigas, camarada, armamos un escándalo que los blancos salieron corriendo del camión, no permitimos que Fanny se levantara. Nos apachurramos contra ella. De manera que ni los policías pudieron separarnos de aquella bola de cuerpos. Nos echaron cubetas de agua. Hicimos venir a los cónsules de nuestros países. Terminamos todos en la Dirección del colegio, y como la prensa ya se había acercado al camión, monjas, cónsules, policías y chofer nos prometieron y dijeron mentiras. Nosotras terminamos insultando a todos esos participantes; la Dirección del colegio, monjas y uno que otro papá que nos hablaron de larga distancia para regañarnos y les fue peor. Si nos castigaban, regañaban o discriminaban buscaríamos a los de la prensa que nos dieron sus tarjetas. No, no, no, no dijeron los otros a coro. Si Fanny era expulsada, el resto de nosotras nos daríamos por expulsadas, y nos iríamos con Fanny a Colombia. Y que nos devolvieran los pasajes que habíamos pagado en ese pinche camión. A través de los años, constato que en México la discriminación es hipócrita, sorda, embozada y profunda.

En casa de mis papás comenzaron los conflictos de gustos y vocaciones. Trataron de educarme para cocinar. Casarme joven y ser esposa obediente. A los diecinueve años salí de casa de mis papás, dejé carro, vestidos, llaves, seguridades, comodidades, y nuestro cariño un poco dañado.

Fui a dar a una casa de tres pisos por Juanacatlán, en la Condesa. En el primero vivíamos un grupo de 50 estudiantes muy jóvenes. Los dos siguientes pisos eran una casa de prostitutas. “Call girls”. Silenciosa en las mañanas. Con música discreta en las noches. Excepto tres, esas muchachas no vivían ahí. La madame las llamaba por solicitudes expresas de clientes. La madame nos protegía por su conveniencia expresa. Con nosotros disfrazaba su casa ante las autoridades. No tenía hijos. Se encariñó con nosotros los estudiantes. Por las mañanas veíamos dos o tres caras de prostitutas, sin pintar, y a pesar de ser tan jóvenes como nosotros, algo de sus pupilas, su palidez sin maquillaje las hacía ver diferentes. Nosotros ingenuos o mensos, medio cegatones o distraídos y algunos convenencieros, no pudimos o quisimos darnos cuenta de en qué lugar vivíamos. Mi maestro y compañero de trabajo, Antonio Lee Kim, mi amigo, me sacó del lugar a empujones. Me insultó, dijo que eran mentiras eso de que no nos habíamos dado cuenta, o que todos éramos una bola de tarados. Poco después la policía cerró la casa con gran escándalo. Fuimos a la cárcel a ver a madame Carlitas.

De 1952 a 1959, compañeras y amigas del Colegio Francés organizamos el club Olivar Del Conde, planeamos y construimos un jardín de niños y una primaria en la colonia del mismo nombre. Lo hicimos con recursos que nos ganamos en Kermeses, rifas, bailes, escribideras de máquina.

El financiamiento estuvo bien planeado, y el trabajo mejor. Ninguna de las veintitrés integrantes interrumpió las tareas asignadas: planeación, compra y acarreo de materiales de construcción: vigilancia de la edificación; cobro de cuotas y boletos; control y administración; compra de equipo y mobiliario. Hasta nos inventamos un himno medio cursi, que cantábamos cada fin de baile.

Cada vez viajaba con más frecuencia a los pueblos, a ver ceremonias.

En 1954 empecé a trabajar para pagarme mis estudios, en contra de la voluntad de mis papás, y por lo del jardín de niños que construimos me gustó trabajar para ellos. Me entrené con el doctor Mario Salazar Mayén, un genio inalcanzable alergólogo. Tenía sus oficinas en un edificio acabado de construir, rodeado de edificios sin acabar, en un inmenso espacio que ahora se conoce como el Centro Médico Nacional del IMSS. Hacedores de la medicina moderna lo planearon, dirigieron su construcción y calificaron el equipo y mobiliario. Ignacio Chávez, Zubirán, Zalce, Limón, Guzmán, Zaldívar, Navarrete, Barquín Calderón, son algunos de los que empezaron a luchar por la medicina preventiva y la investigación. Todos maestros de la UNAM, y asesores en los programas de salud en la naciente Revolución Cubana. Fui a estudiar a los Estados Unidos en 1957, y a mi regreso en 1959, el doctor Guzmán y el propio Salazar Mayén me pidieron hacer un programa de guarderías. (+)

Ese año estallaron los movimientos de maestros, ferrocarrileros, electricistas y petroleros. El gobierno cometió atropellos contra los manifestantes y encarceló a muchos líderes. Igual que en múltiples ocasiones hubo muertos, desaparecidos y encarcelados. Se fundó el ISSSTE, para apaciguar maestros. Allá fue a dar mi programa de guarderías. Formamos un grupo interdisciplinario, médico pediatra, psiquiatra infantil, psicólogo, pedagogo, educadora, enfermera sanitarista, nutriólogo, enfermera, maestro de educación artística. Inauguramos catorce estaciones infantiles; asesoramos más de 58. Educamos a niñeras de acuerdo a las edades de los niños, las formamos profesionalmente. Hicimos una campaña por que los niños vivieran felices y atendidos como necesitaban. La educación de los padres fue uno de los quehaceres más importantes. Hicimos teatro para los niños. Cuando llevábamos tres años de realizar otra campaña: difundir que todas las madres tenían derecho a este servicio y le cayeron miles de solicitudes al Gobierno y a la iniciativa privada entonces empezaron a corretearnos, hostigarnos, amenazarnos (1964). El grupo de compañeros con los ue fundé las guarderías estaba integrado por Antonio Lee Kim, María Eugenia Márquez, María Elena Rodríguez, Ana María Ortiz, Martha Núñez, después se sumaron otros.

Final: Nunca me permitieron volver a trabajar en guarderías.

Vendí libros del F.C.E. Tuve el privilegio de trabajar con Elena Poniatowska 1965-67.

Con Virgilio Mariel y Seki Sano tuve mi educación artística formal. Empecé en 1961. Nos obligaron a ver todo el teatro que se hacía en la década de los sesenta; nos hacían analizar obras, actuaciones, producción y dirección. Con Virgilio tomábamos clase de 8 a 12 de la noche a diario y por lo regular ensayábamos los sábados y dábamos función los domingos. Con el Maestro Seki fuimos durante dos años martes y jueves de 5 a 8. A mí me tocó disfrutar la última parte de su ejercicio como maestro; y padecer su cansancio. Muchas veces se dedicó a platicarnos sus amargas experiencias. Quería mucho a Mariel y por supuesto era correspondido. Por este empeño de Virgilio Mariel conocimos bien los trabajos y la creación de luisa Josefina, Rodolfo Usigli, Xavier Villaurrutia, Emilio Carballido, Sergio Magaña, Elena Garro, Juan José Gurrola, José Solé, Héctor Mendoza, Gebert Darién, Ludwik Margules, Dogoberto Guillaumín, Marco Antonio Montero y otros como Alejandro Jodorowski, y más… Espléndida columnata teatral. Puestas en escena como “Lástima que seas una puta”, dirigida por Gurrola; “El bosque blanco”, mismo director, “Don Gil de las calzas verdes”, dirigida por Mendoza, “te juro Juana…” de Carballido; “El precio” de Miller, dirigida por López Miarnau, “Los Argonautas” dirigida por Solé, y decenas. Direcciones para la historia.

Le supliqué al Maestro Mariel que obligara al grupo a ver cine. Algunos de sus alumnos nos organizamos para ver pintura mexicana y escuchar música: Chávez, Revueltas, Galindo, Mabarak, Moncayo, Ponce. Al mismo tiempo Mozart, Shubert, Brahams, Wagner, Verdi… y los pintores Orozco, Rivera, Kahlo, Costa, Carrington, Rodríguez Lozano, Siqueiros, Posadas, Bustos, Zalce, Varo, Chávez Morado, Atl y muchos más. Construíamos nuestros demonios y ángeles. Nos vestimos con luces, telas luminosas, sedas pieles, plumas, cuernos, nubes, bigotes, soledades y brumas.

También estaba la novela y descubrimos pistas para conocernos más entre mexicanos, Martín Luis Guzmán, Vasconcelos, Mancisidor, Yáñez, Rulfo, Castellanos, Pitol, Fuentes, Galindo, Benítez, Poniatowska, García Ponce…

Con “El águila y la serpiente” y “La sombra del caudillo”: y con “El laberinto de la soledad” de Octavio Paz empezamos a identificar el mexicano y su gobierno, nos ayudó la lectura de don Samuel Ramos. Así vivíamos, clases, ensayos, puestas en escena: producción de las obras; lecturas; funciones de teatro de distintos directores; idas al cine; asistencia a Bellas Artes, conciertos y ópera; búsqueda de novelas, poesía, cuentos: galerías; análisis de texto; improvisaciones dramáticas: discusiones políticas; manifestaciones. Así vivimos en esos años felices. Los horarios para dormir no existían: y como todos trabajábamos…

Constantin Stanislavski nunca escribió su método de actuación. Escribió fragmentos. Una de las primeras recopilaciones de los materiales la hizo Toby Cole, representante de actores escritores en la ciudad de Nueva York. Los que aportaron los materiales son estudiosos de Stanislavski, actores y directores que han aplicado este método durante su vida profesional: Vakhtangov, Zakhava, Rapoport, Sudakov, Michael Chekhov, Pudovkin, giatsintova, Toporkov, algunos de ellos alumnos directos de Stanislavski. El maestro Seki Sano trajo a América el método.

El Actors Studio de nueva York lo adoptó; su Director Lee Strasberg es de los primeros exponentes del Método de Stanislavski. En México, el maestro Virgilio Mariel fue alumno directo de Seki Sano; y en Nueva York, entre los más destacados, Joseph Papp.

Stanislavski planteó que la actuación debe ser orgánica, sustantiva: pidió al cator que para encarnar un personaje fuera capaz de crear un alma.

Tuve el privilegio de estar en contacto con el Actors Studio de Nueva york y Cine Cittá en Roma. Una corriente ha influído sobre la otra y uno puede ver los directores de ópera en el trabajo de Visconti o comparar el trabajo de Jodorowski y ver una parte de la obra de Fellini.

Otro Bagaje que nos entregaron los Maestros fue “Los grandes mitos” de Robert Graves: y el Rabinal Achí; Aristófanes, Eurípides, Sófocles, Shakespeare, Darío Fo, Williams, Miller, Calderón, Albee; Esquilo; John Ford: Chéjov.

En 1968, nueve de los alumnos de Mariel, nos llevamos los premios Nacionales de Teatro, y…

Con algunos de los actores del grupo de Virgilio Mariel hicimos teatro trashumante en colonias y en el país. En junio de 1968 viajamos a Europa con obras dirigidas por Mariel y las premiadas en el nacional de Teatro de ese año. Virgilio, Alcalá, Espinoza, Brito. Concepción, López, Llanes, Tiberio, Zea y otros… Trabajamos para obreros en un gran festival en Sofía. Tuvimos un exitazo. Luego fui a la Unión Soviética, China, Checoslovaquia, Polonia, Francia, Alemania a ver teatro…

Regresé corriendo porque en la televisión vi a mis compañeras de trajines políticos y amigas del alma, Guerrero, Rosado, Bórquez, Jiménez, Rodríguez, Minnie, Tamayo, Bauche, Ochoa, Consuelo, Muñoz, Carmen, Sarita, Brito, Olivas, Molinari, en el movimiento estudiantil, 1968. Me vine corriendo pensando que las encarcelaron, torturaron. Llegué. Todas estaban trabajando a todo lo que daban. Carlota y María Luisa me mandaron con los organizadores de la UNAM. Bajo las órdenes de preparatorianos y estudiantes de filosofía, ciencias políticas, empezamos a presentar teatro esquinero en colonias de México y pueblos y ciudades aledaños… Esa parte del Movimiento fue espléndida.

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